
Hay países, uno de los más destacados es España, en los que debería haber elecciones todos los años porque los políticos se vuelven más amables, sonrientes y cercanos con los ciudadanos (aunque entre ellos se insulten), se agilizan las obras (o al menos las promesas de iniciarlas, reavivarlas o terminarlas), se piden disculpas por cosas que antes provocaban los más agrios y despóticos desprecios, se dan todo tipo de explicaciones sobre asuntos inexplicables o inexplicados, se vuelven aparentemente transparentes los temas más sucios y opacos, todo es discutible, posible y solucionable y los ciudadanos flotamos, durante los 15 días que dura la campaña electoral, como pardillos, en un país de las maravillas, moderno, avanzado, respetuoso, eficiente (o en vías de serlo), es decir: increíble.
Lo malo viene cuando pasa el día de la votación y nos despertamos en el charco de ranas que nos haya tocado vivir donde el pez rico se sigue comiendo al pobre, hay quien puede eludir la acción de la justicia, impera la dictadura del funcionariado, etc., etc., etc.
La verdad es que no sé qué es peor: si soportar la torpe hipocresía o soportar la cruda realidad. Me he dado una vuelta por el metro, ya os contaré.
Rut Lazparri.
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