domingo, 24 de mayo de 2009

Rodolfo Lasparri.

Ereván
Cuando mi bisabuela dejó plantado a mi bisabuelo Rodolfo por un multimillonario alemán no pudo imaginar el favor que le hizo. Es verdad que mi bisabuelo era un poco simple y anodino, pero espabiló. Y no sabéis hasta qué punto se volvió mujeriego.
Yo nací en Aleba pero viajo mucho por todo el mundo. Vivo en los hoteles o en las casas de los amigos y eso te va dejando un cierto regusto amargo de que no perteneces a ninguna parte. Porque tan malo es apegarse sólo al terruño y no salir de la puerta de tu casa, como no tener raices de ningún tipo ni ningún tipo de raíces. Siempre que puedo, procuro volver mucho a Ereván, desde donde me encanta contemplar (y no me canso nunca de hacerlo) la impresionante mole del Monte Ararat al fondo, símbolo del pueblo armenio, el pueblo de mi madre y un mucho también mío, pero no es lo mismo, no es suficiente.
Como iba diciendo, mi bisabuelo, Rodolfo Lasparri, espabiló, aunque no tanto como debía porque los hermanos Marx, sin ir más lejos, le tomaron miserablemente el pelo, se burlaron de él, se aprovecharon de su fama y de su talento y le arrojaron luego a la cuneta del olvido sin el más mínimo remordimiento, ni sentimiento de culpa, ni vergüenza, ni sentido de la amistad ni del honor. Por eso murió de pena y de rabia en un camerino abandonado del glorioso Metropolitan Opera House de Nueva York, de la calle 39, donde le dejaban ir a dormir varios amigos por los viejos buenos tiempos.
Por eso, permitidme que no hable más de los Marx, ni para bien ni para mal (especialmente para lo primero), sobre todo de Groucho, que era un tiparraco despreciable en todos los aspectos, os aseguro que sé de lo que hablo.
He hecho televisión, desde muy pequeñita, gracias sobre todo a la familia de mi madre, y también cine en el que sigo intentando abrirme camino, pero no es tan fácil como la gente se cree, incluso aunque no tuviera ninguno de todos los escrúpulos que tengo y que creo que hay que tener. Nunca lo ha sido, aunque cada vez menos.
Por cierto que mi bisabuela terminó sus días en Sao Paulo, en un antro o cabaret propiedad del chófer del multimillonario alemán, haciendo streptease hasta los ochenta y tres años en que murió en el "escenario". Debió de resultar repugnántemente patético de lo que, la verdad, me alegro mucho. No de que se muriera, ya que eso no tiene mérito ni demérito alguno, sino de que terminara así por traicionar a mi bisabuelo.
Rut Lazparri.

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